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martes, 25 de noviembre de 2014

MI CRISTO ROTO, Se ha perdido una cruz (3)

MI CRISTO ROTO


Se ha perdido una cruz




Esa pobre mujer, que repintada y aburrida espera sentada a la barra de la cafetería o arrimada a la esquina estratégica, lleva una pavorosa cruz a cuestas, pesa tanto, que se apoya recostándose en la esquina, es una cruz más pesada de lo que sospechamos y el que se acerca a ella buscando el placer, lo hace por huir de otra cruz. Hablan los dos, regatean, prometen, se arreglan al fin y allá van por la calle adelante, con prisa y con la cruz a cuestas, y cuando regresan, cuando ya han tratado de aplacar su hambre de felicidad, sienten defraudados que ha aumentado su cruz, que es mayor. En ella, asco y envilecimiento, en él, desolación.
¡Atención! Se ha perdido una cruz y no se da con ella, es la de mi Cristo roto. ¿Alguno de vosotros, ha encontrado una cruz? ¿Queréis las señas? ¿El tamaño? No es muy grande, pero es una cruz y no hay cruz pequeña, además es una cruz para Cristo y entonces no hay modo de medirla, con estas señas basta porque en definitiva todas las cruces son iguales.
Perdonad pues mi insistencia, ¿Quién de nosotros no ha encontrado una cruz? Mejor dicho: ¿Quién no tiene una cruz? Es un derecho de propiedad irrenunciable que se está ejerciendo siempre, todos la llevamos. La llevamos encima, a cuestas, aunque no se nos vea, aunque sonriamos.
¿Que quién ha encontrado una cruz? Todos… todos, buenos y malos, santos y criminales, sanos y enfermos, ni siquiera respeta a los que parecen desafiar el dolor con las carcajadas y juergas de su vida.
A veces por oculta, es más pesada. Esta noche al acostarnos, no podremos dejarla colgada en la percha, al levantarnos mañana, no será necesario vestírnosla, saltaremos de la cama con ella ya puesta.
Pero desde hace unos días, he tenido que renunciar también al consuelo de este juego, ¡el Cristo roto es terrible en su exigencia!, no concibe treguas, y me lo ha prohibido también. Yo creí al principio que le gustaba, al menos lo toleraba silencioso, hasta que un día me interrumpió severamente:
Toda ciudad en definitiva es un bosque, una selva, una colmena de cruces, ¿Y sabes amigo por qué a veces nuestra cruz resulta intolerable? ¿Sabes por qué llega a convertirse en desesperación y suicidio? Porque entonces nuestra cruz, es una cruz sola, sin Cristo, solamente se puede tolerar cuando lleva un Cristo entre sus brazos.
Una cruz laica, sin sangre ni amor de Dios, es absurda, no tiene sentido, por eso, se me ocurre una idea: Yo tengo un Cristo sin cruz y tú tienes, tal vez, una cruz sin Cristo. Los dos están incompletos. Mi Cristo no descansa, porque le falta su cruz, tú no resistes tu cruz porque te falta Cristo. ¿Por qué no le das esta noche tu cruz vacía al Cristo? Tú tienes una cruz sola, vacía, helada, negra, sin sentido. Te comprendo, sufrir así es irracional y no me explico ¿Cómo has podido tolerarla tanto tiempo? Tienes el remedio en tus manos… anda, dame esa cruz tuya, dámela, te doy en cambio, este Cristo sin reposo y sin cruz. Tómalo, es tuyo, dale tu cruz, toma mi Cristo; júntalos, clávalos, abrázalos y todo habrá cambiado.
Mi Cristo roto descansa en tu cruz, tu cruz se ablanda con mi Cristo en ella. Hemos encontrado una cruz, la nuestra, que resulta ser la de Cristo...

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